Por qué transgénico no es una mala palabra
Que un organismo sea genéticamente modificado no implica que no sea saludable. “Podríamos comenzar a comer sin demonizar.” Escribe la Dra. Mónica Katz. Médica Especialista en Nutrición - M.N. 60.164 - Universidad Favaloro/Centro Dra. Katz.
Que un organismo sea genéticamente modificado no implica que no sea saludable. “Podríamos comenzar a comer sin demonizar.” Escribe la Dra. Mónica Katz. Médica Especialista en Nutrición - M.N. 60.164 - Universidad Favaloro/Centro Dra. Katz.
Estamos aturdidos de tanto mensaje, libro, artículo sobre alimentos “Frankenstein”. Que producen cáncer, que causan alergias, que son tóxicos. Desde que salieron al mercado los transgénicos, hace poco más de 20 años, siempre estuvieron envueltos en sospechas y controversias. Paradójicamente se podría decir que son los cultivos más estudiados en toda la historia de la agricultura moderna. Sin embargo, poca gente sabe de qué habla cuando habla de transgénicos.
Que un cultivo sea transgénico significa que se ha utilizado ingeniería genética para quitar, agregar o modificar en el laboratorio uno o más genes de un organismo, ya sea animal o vegetal. El objetivo es obtener una característica o “mejora” determinada. Puede tratarse de que una planta sea resistente a una plaga, a las heladas o que posea ciertas cualidades nutricionales o que sea una especie resistente a pesticidas. Representa un beneficio si se desarrollan plantas transgénicas resistentes a plagas específicas. Por ejemplo, en Hawai se han desarrollado papayas resistentes a la mancha anular viral, una enfermedad que se presenta en el cultivo de esta fruta.
Por otra parte, un beneficio adicional es la disminución del uso de plaguicidas. Por ejemplo, los cultivos transgénicos que contienen genes de resistencia a los insectos han hecho posible reducir considerablemente la cantidad de insecticida que se le aplica al algodón en Estados Unidos.
Una de las principales tecnologías que generaron la llamada "Revolución verde" fue la creación de variedades de trigo semi-enanas de alto rendimiento. Los genes responsables de esa reducción de altura fueron introducidos en los trigos occidentales durante la década del 50. Estos genes tenían ventajas: producían una planta más corta, más fuerte y con mayor rendimiento por hectárea sembrada. Otro ejemplo interesante es el arroz transgénico que exhibe mayor producción de beta-caroteno, el precursor de la vitamina A. Este arroz dorado puede ayudar a resolver el problema de la deficiencia de vitamina A entre los niños de las regiones tropicales. También existe un arroz transgénico con altas concentraciones de hierro que permitiría resolver una de las carencias mundiales más preocupantes: la anemia. Estas plantas contienen de dos a cuatro veces más hierro que el arroz no transgénico, pero queda pendiente investigar su asimilación al organismo.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS): “No se han observado efectos en la salud humana como resultado del consumo de dichos alimentos (los genéticamente modificados) por la población general en los países donde estos han sido aprobados”. Sin embargo, todavía muchos lo siguen dudando. La inocuidad o la falta de ella no tienen que ver con la modificación de su ADN. Los organismos genéticamente modificados autorizados para su uso y comercialización se han estudiado cuidadosamente y cumplen con las normas de seguridad ambiental y alimentaria establecidas por las autoridades correspondientes en los países donde están aprobados.
En la Argentina, el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación es el encargado de analizar la toxicidad, alergenicidad y aptitud nutricional de un nuevo alimento en comparación con el producto convencional para determinar si existen diferencias. Además, estos productos son evaluados siguiendo los lineamientos del Codex Alimentarius.
Quizás los políticos deberán colaborar para que los conocimientos y las nuevas tecnologías que surjan constituyan un factor de progreso para la Humanidad. Mientras tanto podríamos comenzar a comer sin demonizar. El futuro será de quienes sean capaces de asimilar responsablemente las nuevas tecnologías y simultáneamente desarrollar la conciencia social sin dejar de ser consumidores críticos.
Estamos aturdidos de tanto mensaje, libro, artículo sobre alimentos “Frankenstein”. Que producen cáncer, que causan alergias, que son tóxicos. Desde que salieron al mercado los transgénicos, hace poco más de 20 años, siempre estuvieron envueltos en sospechas y controversias. Paradójicamente se podría decir que son los cultivos más estudiados en toda la historia de la agricultura moderna. Sin embargo, poca gente sabe de qué habla cuando habla de transgénicos.
Que un cultivo sea transgénico significa que se ha utilizado ingeniería genética para quitar, agregar o modificar en el laboratorio uno o más genes de un organismo, ya sea animal o vegetal. El objetivo es obtener una característica o “mejora” determinada. Puede tratarse de que una planta sea resistente a una plaga, a las heladas o que posea ciertas cualidades nutricionales o que sea una especie resistente a pesticidas. Representa un beneficio si se desarrollan plantas transgénicas resistentes a plagas específicas. Por ejemplo, en Hawai se han desarrollado papayas resistentes a la mancha anular viral, una enfermedad que se presenta en el cultivo de esta fruta.
Por otra parte, un beneficio adicional es la disminución del uso de plaguicidas. Por ejemplo, los cultivos transgénicos que contienen genes de resistencia a los insectos han hecho posible reducir considerablemente la cantidad de insecticida que se le aplica al algodón en Estados Unidos.
Una de las principales tecnologías que generaron la llamada "Revolución verde" fue la creación de variedades de trigo semi-enanas de alto rendimiento. Los genes responsables de esa reducción de altura fueron introducidos en los trigos occidentales durante la década del 50. Estos genes tenían ventajas: producían una planta más corta, más fuerte y con mayor rendimiento por hectárea sembrada. Otro ejemplo interesante es el arroz transgénico que exhibe mayor producción de beta-caroteno, el precursor de la vitamina A. Este arroz dorado puede ayudar a resolver el problema de la deficiencia de vitamina A entre los niños de las regiones tropicales. También existe un arroz transgénico con altas concentraciones de hierro que permitiría resolver una de las carencias mundiales más preocupantes: la anemia. Estas plantas contienen de dos a cuatro veces más hierro que el arroz no transgénico, pero queda pendiente investigar su asimilación al organismo.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS): “No se han observado efectos en la salud humana como resultado del consumo de dichos alimentos (los genéticamente modificados) por la población general en los países donde estos han sido aprobados”. Sin embargo, todavía muchos lo siguen dudando. La inocuidad o la falta de ella no tienen que ver con la modificación de su ADN. Los organismos genéticamente modificados autorizados para su uso y comercialización se han estudiado cuidadosamente y cumplen con las normas de seguridad ambiental y alimentaria establecidas por las autoridades correspondientes en los países donde están aprobados.
En la Argentina, el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación es el encargado de analizar la toxicidad, alergenicidad y aptitud nutricional de un nuevo alimento en comparación con el producto convencional para determinar si existen diferencias. Además, estos productos son evaluados siguiendo los lineamientos del Codex Alimentarius.
Quizás los políticos deberán colaborar para que los conocimientos y las nuevas tecnologías que surjan constituyan un factor de progreso para la Humanidad. Mientras tanto podríamos comenzar a comer sin demonizar. El futuro será de quienes sean capaces de asimilar responsablemente las nuevas tecnologías y simultáneamente desarrollar la conciencia social sin dejar de ser consumidores críticos.